Kaiseki

Cuando comienza un capítulo de Hannibal, la NBC inserta el rótulo de «Viewer discretion advised». En este artículo haremos lo mismo y advertiremos al lector, no de que el contenido va a herir la sensibilidad (o eso espero), sino de que a continuación hablaré del estreno de la segunda temporada de las «aventuras» de nuestro psicópata favorito, con lo que los spoilers van a campar a sus anchas por las frases venideras. Lo dicho, el lector queda avisado.

Apio asado salteado con Sel Fou es el plato que Hannibal Lecter le prepara a su futuro «carcelero», el doctor Chirlton. «Frederick, me has puesto a prueba, no suelo cocinar un plato sin carne» le suelta Hannibal a su futuro «mejor amigo», que debido a que perdió un riñón («no lo perdiste, te lo quitaron), no puede comer demasiadas proteínas.

Una cena que juega con el espectador, no por lo que significa en sí misma para la trama, sino porque hace un guiño a los espectadores, que saben de antemano cómo terminará esa relación. Y es que el futuro es sin duda uno de los grandes elementos con los que juega Bryan Fuller esta nueva temporada, como él mismo reconocía hace poco. Y es mérito del showrunner y sus guionistas el que consigan crear tensión e incluso sorpresa cuando ya sabes cómo va a terminar una historia.

Esta segunda temporada comienza a saco, sin concesiones, con una escena vital que va a ser el arco argumental de la serie, o mejor dicho, todo lo que ocurre hasta llegar hasta ese preciso instante. Porque esta nueva tanda de trece episodios es un gran flashback que nos va a contar cómo Jack Crawford (Laurence Fishburne) descubre que finalmente que Hannibal Lecter (Mads Mikkelsen) es el hijo de perra más grande con el que ha tratado y un asesino en serie despiadado; y todo ello, mientras Will Graham paga por los crímenes del buen doctor e intenta demostrar desde el hospital psiquiátrico su inocencia.

Pero volvamos a la secuencia inicial. Ni un sólo diálogo porque como el mismo Fuller apuntaba, no era necesario para narrar las intensas emociones que allí se iban a desarrollar en la pelea a vida o muerte entre Lecter y Crawford. Una pelea, creo yo, demasiado coreografiada y que en algunos momentos me ha parecido un poco prefabricada. Es decir, que se notaba que no era una lucha improvisada como debían hacernos creer a los espectadores. Ni siquiera sé si lo que pretendían los guionistas (que era emocionar al espectador) lo consiguen, pues al menos en mi caso no he sentido nada especial mientras se desarrollaba la escena, aun a pesar de la importancia que tiene en la serie, pues es un momento absolutamente clave para todos los personajes y en especial para Hannibal Lecter, que acabará entre rejas y con un bozal en la boca.

Sin embargo, esa cena intrascendente que comentaba antes entre Hannibal Lecter y el doctor Chirlton me ha resultado mucho más irónica y sutil, sin ser tan aparatosa y grandilocuente. Ah, y sin cámara lenta, la cual me cansa bastante.

Mientras tanto Will Graham sigue con sus sueños retorcidos y difusos, aunque cada vez más certeros a la hora de desentrañar la horrible verdad que se esconde tras su reclusión. Es decir, el bueno de Will sigue sufriendo como siempre; con el añadido de que sabe quién le ha puteado y nadie es capaz de creerle. ¿Veremos algún día sonreír a Will? Probablemente, no. Y no le vendría nada mal un poquito más de humor (negro, claro) a esta serie, que a veces es demasiado solemne y «oscura».

Pero no se puede negar que el planteamiento de esa segunda temporada nos va a dar grandes momentos, regados con un buen vino y con litros de sangre. Fuller, sin duda, nos ha abierto el apetito con este primer plato (aperitivo, más bien), y ahora llega los platos principales del menú. Y el postre no parece que vaya a ser dulce precisamente, pero sí sabroso.

Cantando a la vida ,

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